La segunda llamada (6)
Dentro de su corazón se fue gestando un deseo nuevo que Glenda apenas se atrevía a confesarse: ¡qué hermoso sería vivir sólo para servir a Dios!. Y poco a poco este deseo se fue haciendo más y más fuerte. Por primera vez le llamaban la atención las personas consagradas. Nos cuenta que un día siguió a una religiosa y a escondidas toco el borde de su hábito, quería saber cómo era. Cuando entraba a misa y escuchaba cantar el estribillo de la canción pescador de hombres: "Señor me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre..." le tocaba profundamente el corazón y le hacía desear de dejarlo todo y entregarse a Dios. En medio de sus quehaceres cotidianos siempre venía la misma duda a su cabeza: ¿será que tengo vocación?. Un día se puso una toalla en la cabeza simulando un velo para ver cómo se vería...y se decía: "no puedo ser monja, no resistiré ese tipo de vida, además me queda fatal el velo y no hay ninguna hermana con nombre Glenda". Su novio le confesaba que cuando ella estaba en oración o en la eucaristía estaba tan concentrada y sumergida que no se atrevía ni a hablarle" y un día le dijo: "¿no querrás hacerte monja?" Dice Glenda que esta pregunta le resonaba en los oídos del corazón hasta que se dijo: "debo afrontar esta inquietud y saber si tengo vocación o estos deseos son un invento mío".