Con esta decisión comenzó seriamente a buscar quién le pudiese ayudar a discernir si tenía o no vocación. Un día al salir de misa en la catedral vió un letrero que decía: "Jornadas vocacionales para jóvenes". Cuando llegó el día de la jornada ella se da cuenta que era la única chica del grupo. El sacerdote responsable de la pastoral vocacional diocesana le preguntó que qué hacía ahí. Ella le dijo que había visto el letrero de "jornadas vocacionales para jóvenes y que pensaba que éstas le ayudarían a saber si tenía vocación o no". El sacerdote riendo le explicó que eran jornadas sólo para los candidatos al seminario, que todavía no habían sacerdotizas en la Iglesía católica... entonces ella se disculpó e hizo ademán de retirarse, pero los futuros seminaristas le dijeron al sacerdote que ella podría estar en el proceso junto con ellos y que la "adoptaban". Esto hizo mucha gracia al encargado de la pastoral vocacional y la aceptó. Fueron años de intensos retiros, convivencias, test de personalidad, de cuadernos y entrevistas de acompañamiento vocacional...; al final del proceso muchos se fueron al seminario, otros descubrieron que tenían otra vocación. Cuando llegó el fin del proceso de Glenda el sacerdote encargado le dice: "bueno, después de este proceso has descubierto que sí hay una llamada de Dios para una especial consagración en tu vida, pero debes despedirte del seminario y buscar la congregación religiosa donde consagrarte". Y así lo hizo. La pregunta para Glenda ya no era qué, sino dónde debía entregar su vida a Dios.